Desde tus ojos, un abismo sin esquinas
ni pasillos embarrados por el hastío
se expande entre la conversación,
con temperamento arborescente.
La melancolía de mundos paralelos
se deja escuchar en lo que no comentas;
en esa fiesta de destellos áureos
que acarician tu aliento silencioso.
Me gusta elevarme sometido
a ese ágil aleteo de tus manos
cuando estas entregada al verbo;
es como flotar desnudo
dentro de un espejo sin contorno
donde el tiempo no existe.
Esa mirada consternada por la timidez
se alza hacia las nubes del suelo,
buscando un rincón entre las baldosas
para intentar protegerse del ruido.
Entonces la ternura, narcótica e invasiva,
se adueña de mi “Sancta Sanctorum”;
capilla frágil de quimérico estoicismo.
Así que, entre trago y trago, te susurro que...
Tu ansiedad es el canto de un gallo cuando el sol se despereza,
el grito incómodo que despierta tu alma para embellecerla;
tu tristeza, la amarga fuente de sangre que sacia la sed...
en las incursiones que hace el crepúsculo sobre la pared de tu cuarto;
tu miedo, la empuñadura de un Kalashnikov (estampado con motivos inciertos)
que dispara semillas de musgo contra el muro seco de los deseos sin corresponder;
tu caos, los cimientos desbocados de una templanza que aún está por llegar.
Y tu piel, quizás, un océano en el que naufragar alguna de estas noches,
abrazado con fuerza al mástil roto de un barco pirata
que ayer fue un bosque de cerezos.
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Es imposible medir mi pasión por la vida y obra de la pintora Remedios Varo.
Llegó a mi existencia de noche, en un teatro mexicano, enviada por la luna.
Y desde entonces la he amado tanto o más que algunas de mis compañeras.
"El Flautista"(1955) tiene un poder místico muy especial. |